domingo, 7 de febrero de 2016

Exposicion de Carlos Cruz Acero. 19 Enero 2016. CACGALOP



Las memorias del Alquimista

 La figura del alquimista está ligada a esa primigenia experiencia
religiosa, a aquella aventura espiritual vivida y sufrida por el
ancestral alfarero, que descubrió el poder de cambiar el modo de ser
de las substancias. Del mismísimo vientre de la tierra proviene ese
metal, caído del cielo en tiempos míticos inmemoriales, que el elegido
extrae para sustituir, con su arte y oficio, la obra del tiempo. Esa
relación con una nueva substancia, parida por la tierra, modelada por
el fuego, perfeccionada y transformada por este personaje que, dormido
y en trance, ve con sus ojos, de perversos reflejos, las visiones de
una transmutación de seductoras visiones. Una poderosa energía
creadora, un oficio hierático de místico aprendizaje, transmitido en
ritos iniciáticos dentro de tiempos y espacios sagrados, son
despojados de ese modo de ser inexorable, don de la divinidad, por  la
química y la física profana. Una función soteriológica o salvadora del
pensamiento humano que repite, en el proceso creador generador del
arte, la pasión de los dioses y héroes culturales, la muerte y
purificación de la materia y el júbilo de la resurrección de nuevas,
pavorosas o deleitables, formas.
        Como ese alquimista, Carlos Cruz Aceros recrea en su obra la
experiencia demiurga de construir la vida y el mundo, reconociéndolo y
reinterpretándolo con la imaginación; reconstruyendo su olvidado
sentido con nuevas imágenes cargadas de profundos significados. Es la
vida misma de ancestrales culturas la que habla en estos objetos que
parecen provenir de una liturgia de ancestral sacralidad. Custodias
donde se esconden sagradas reliquias de dioses silentes dormidos en el
tiempo; petos y ornamentos de sabios y oscuros sacerdotes de lento
caminar; máscaras de extremos rituales capaces de elevar al hombre al
inviolado seno de lo trascendente; tótem de primigenias criaturas
pobladoras de tierras y moradas donde andan de la mano la vida y la
muerte; arboles míticos que dan frutos de sabiduría, que exhalan la
fragancia de la tentación y el delirio, que son prueba de fuego para
el alma misma del hombre, pues le concede o arrebata su primigenia
condición angelical.
        Como un orfebre de mitos este alquimista va mostrando los rastros de
su memoria. Una memoria de la tierra, de barro, de  metal y de piedra,
donde en ancestrales grabados y escrituras los hombres dejaron
grabadas sus más profundas inquietudes. Una memoria del tiempo, de
esos momentos de profunda y peligrosa sacralidad donde combaten la
virtud y la infamia. Memoria de la propia existencia, de esa que se
escondió en los más apartados rincones de la infancia y juventud de la
humanidad; donde los dioses vencidos se burlan de los vencedores en
cantos de animales y aguas, de montañas y cuevas, de signos de piedra
y de esculturas, como estas, de hierro y fuego.
        Las memorias del alquimista son las memorias del pasado. Y es que el
pasado no es algo anterior al presente sino una dimensión interior de
este. No está atrás sino adentro. El arte de Carlos Cruz Aceros es
como una contemporánea  oralidad del imaginario donde se  reactualiza
esa memoria. Una opción vital donde el arte se constituye como una
práctica fundamental en el fijamiento de una memoria olvidada, siempre
inscrita en contextos y territorios sagrados y profanos. Con su obra
este alquimista nos remite a aquella pregunta que resuena como
sentencia del creador del hombre y hecha profana en los textos de
Jung, “¿quién se da cuenta cabal de que la historia no está en gruesos
libros, sino en nuestra sangre?...

Anderson Jaimes R
San Juan de Colón Enero 2016.

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